Al abrir mis ojos me di cuenta que algo en tanta oscuridad no era normal. Una brisa gélida golpeaba mi rostro. Era tan fría que sentía esta presión que se expandía en mis mejillas y me dificultaba la respiración. Sentía un cosquilleo general en todo mi cuerpo que solo lograba contener cruzando fuertemente mis brazos por delante hasta tocarme la espalda y una sensación de suspensión me hizo dar cuenta que mis pies no estaban tocando superficie alguna. Frente a mi solo veía la noche totalmente estrellada y por alguna razón el brillo de esos cuerpos era más intenso de lo que alguna vez había visto.
Mi sorpresa y asombro se convirtió en calma y disfrutaba de la sensación nunca antes vivida. Sentía que tan solo con el pensamiento me movía a gran velocidad en ese espacio infinito. Pero la curiosidad y lógica humana me hizo pensar por un momento y preguntarme que podría haber bajo de mi. Fue de inmediato que baje la mirada y el cosquilleo volvió de nuevo a mi cuerpo. El miedo me invadió al ver hacia el fondo un angosto camino tenuemente iluminado con pequeñas cosas en movimiento hacia los lados de este. La brisa se hizo más fuerte y notaba que cada vez el camino se ensanchaba y expandía a gran velocidad. No había notado que me encontraba en caída sino hasta que me interpuse en el camino de una bandada de pequeñas aves que volaban en fila hacia la torre de una gran catedral de piedra que también sentía me le acercaba cada vez más.
Acto reflejo, suerte o magia, cerré mis ojos y me imaginé inmóvil y rápidamente la brisa dejó de golpearme con fuerza y sentía que el traje totalmente negro que cargaba se me hacía más pesado y cálido. Me encontraba a unos cuatro metros del suelo sobre la copa de un árbol en lo que parecía la plaza central de un gran pueblo. Me sentía encandilado por las luces de los faros que iluminaban todo el espacio, saqué dentro de mi saco un sombrero adherido a unos de los lados y me lo coloque de manera inclinada hacia el frente para atenuar el brillo de las luces. No quería que nadie notara la anormalidad que me encontraba experimentando y con tan solo desear pisar el suelo baje lentamente tras la sombra del árbol y toque el duro piso de piedra. Me dispuse a recorrer la plaza y aún no lograba identificar ni el lugar ni el tiempo en el que me encontraba. Una carretilla y un auto bastante antiguo pasaron en uno de las caminos laterales también de piedra que supuse estaban destinados al tránsito. Me dirigí hacia una gran puerta de hierro que supuse era la entrada principal del parque adornado de estatuas y fuentes donde algunas aves nocturnas tomaban agua. Al salir, me senté en uno de los fríos asientos de hierro forjado que se desplegaban a los lados de la avenida principal y se encontraban a unos pocos metros de una entrada secundaria de la plaza.
Frente a mi pasaban carretillas llevadas por caballos de vez en cuando y solo un ruido bastante grave y fuerte me hizo identificar que se acercaba otro de esos autos antiguos nunca antes visto rodando en persona. Al otro lado de la ancha avenida de piedra lisa se encontraba una imponente catedral de altas torres, la misma que hacía unos minutos había visto desde arriba y sonaban las campanas indicando que eran más de las 7 de la noche. Mire alrededor y solo había lo que parecían casas de altas fachadas con tenues luces de vela encendidas en su interior, a uno de los lados de la catedral había una cabina en la cual vi dentro un sujeto sosteniendo en su oído lo que parecía una bocina de un antiguo y gran teléfono negro.
En ese tiempo la campana solo sonó cuatro veces más y al poco tiempo de la última campanada un silencio ensordecedor se apoderó del sitio. Era tanta la calma que se podía sentir un silbido tan agudo característico de la calma absoluta y que tantos escalofríos puede dar. Quise cambiarme de lugar y sentarme del otro lado de la avenida donde también había asientos y personas caminaban cada cierto tanto de tiempo. El sujeto aún se encontraba al teléfono mientras me acercaba a un banco muy cerca de la cabina donde se encontraba.
Al sentarme dirigí la mirada directamente hacia él y de inmediato él volteó su rostro de manera tal que pude distinguir sus facciones en su totalidad. Bastaron los dos segundos de cruce de miradas para quedar anonadado ante lo que pareció la imagen más perfecta y atractiva que en mi vida había visto. Sus ojos claros parecían decir algo debido al brillo que el faro de al lado reflejaba en ellos. Volteó su rostro hacia mí una vez más y mantuvo su conversación de esa forma por unos pocos minutos más. Mientras ya salía de mí estado de fascinación me dedique a verlo con mayor cuidado y detalle. Su rostro era lo que más me gustaba. Su piel era clara y sus cabellos eran cortos de un negro vivo. Llevaba un peinado muy de nuestros tiempos y una delgada barba formaba un candado alrededor de sus rojos e interesantes labios. Era alto y su pecho se veía robusto ante una camisa blanca que dejaba ver la parte superior de sus pectorales. Sostenía con tirantes negros un pantalón del mismo color para nada holgados y que indicaban se encontraba en perfecta condición física.
Es común en mi sonreír ante un chico que logre impactarme de esta manera y el no fue la excepción. Recibí a cambio una sonrisa también la cual me hizo dudar si se dirigía a mí o era generada por alguna situación graciosa que le contaba la persona al otro lado del auricular. Mi concentración en el muchacho me había hecho olvidar la calma de alrededor y de pronto las casas empezaron a cerrar sus ventanas lo cual oscureció mas la gran calle donde nos encontrábamos el muchacho del teléfono, dos mujeres pasaron frente de mi y que caminaban en paso apurado hacia el otro extremo de la catedral y yo.
Cuando las mujeres, por cuyo rostro pude identificar eran bastante jóvenes, se acercaban al final de la iglesia, como de la nada, surgió otra persona que salió de las sombras con una postura bastante alta. Desde donde estaba no podía identificar su rostro pero las mujeres soltaron un breve y fuerte grito que fue callado por ellas mismas llevándose sus manos a la boca. El hombre comenzó a caminar hacia ellas y estas parecía que se detuvieron en seco, como si las hubiesen petrificado en el sitio, sin embargo, ambas daban breves pasos hacia atrás a una velocidad muy lenta. Los pasos del sujeto eran también lentos pero de mayor longitud y bastaron tres para estar en medio de las mujeres y con un cuarto paso inmediato las pasó y siguió su camino hacia donde nos encontrábamos nosotros. Las chicas aceleraron el paso hacia donde iban antes de la aparición del sujeto y cruzaron en la siguiente esquina.
El hombre que se me acercaba no me parecía para nada fuera de lo común, tenía un rostro de adulto de edad media y un traje negro bastante grueso. Por sus manos pude ver que su color de piel era incluso más pálido que el del sujeto al teléfono sin embargo su semblante indicaba respeto y que era persona de pocos amigos. Paso frente a mi sin voltear a verme y se detuvo a tan solo dos pasos de la cabina telefónica como esperando que se desocupara para el también utilizarla.
Ocurrió al instante que el sujeto del interior colgaba su llamada y se colocaba encima su saco para salir del apretado cuarto de cristal. Me llamó la atención que salió mirándome en todo momento. Apuesto que no se había percatado que detrás de él estaba otra persona observando la situación. Cuando por un instante volteé mi mirada hacia el sujeto en espera, el también lo hizo y su reacción fue parecida en demasía a la de las muchachas hace unos segundos. Su cara de terror me asustó pero el sujeto alto ni se inmutó y con dos cortos pasos se acercó a él y lo sostuvo de los brazos. Frente a mí se cruzó una imagen mental de lo que en instantes ocurriría y el grito del sujeto de la cabina hizo volar de susto a los búhos y aves que se encontraban en los árboles cercanos mientras el demonio hundía su cara y mordía la parte inferior de su cuello muy cerca de la clavícula.
Me asombraba mi situación y la ausencia de reacción alguna ante la escena. No sentía terror ni pánico, no sentía pena sino más bien remordimiento y no entendía el porqué. El demonio sediento de sangre no se apartaba del sujeto que en cada instante temblaba y se estremecía cada vez que parecía que su asesino se hundía más dentro de su piel en búsqueda de grandes tragos de su alimento. Luego de estremecerse por tercera vez se desmayó y el agresor de inmediato apartó sus promulgados colmillos de su pecho sosteniendo su víctima como si su robusto cuerpo no pesara en lo absoluto. Con naturalidad esperaba que el demonio se dirigiera a mí aunque sea con su mirada y acto seguido de haberlo pensado, mi lord se acercó a mí y acostó con suavidad el cuerpo del hombre sobre mis piernas. – Ya sabes que hacer – me dijo en voz muy baja y grave – si tanto te gustó este no debiste habérmelo ofrecido -. Y así como llegó desapareció de nuevo entre las sombras. Había vuelto el sonido común de la noche y con mi saco abrigué al hombre que yacía moribundo en mis piernas. Pasé mis dedos por su rostro y sentí aún la calidez de su cuerpo mas no percibía pulso alguno. A medida que bajaba mi mano por su piel sentía que las yemas de mis dedos se calentaban cada vez más y finalmente alcancé la temperatura máxima cuando mis dejos rozaban la herida causada por la mandíbula del demonio.
La calidez en mis dedos despertó un impulso nuevo para mí. Quería yo también posar mis labios sobre su pecho y saborear dos gotas de sangre que se encontraban brotando sobre esa herida. El impulso me llevó a consolidar mi deseo y con la punta de mi lengua atrapé las gotas que ya resbalaban pecho abajo. Besé la herida y un calor semejante al que se siente en un beso intenso apasionado se apoderó de mis labios y me hizo estremecer en mi interior. Sentía que la piel del tan bello hombre se enfriaba cada vez más así que procedí a abrazarlo como si eso pudiera ayudarle en algo.
No sabía que más hacer en ese momento. A la vez entendía todo y a la vez todo parecía no tener sentido alguno. Por mi mente cruzaron sensaciones de terror ante la situación vivida y a la vez compasión y culpa pues me sentía también cómplice del crimen inhumano que acababa de ocurrir. En ningún momento dejé de abrazar al sujeto. Quería irme a algún sitio con él mas no recordaba en mi mente hogar o lugar alguno donde ir más que mi casa a un par de siglos de esa época. Mirar su rostro, admirar su belleza y sentir su fabuloso cuerpo me hacía dejar de pensar de vez en cuando y solo disfrutar el momento, por más cruel que eso suene.
Ya llevaba poco más de un cuarto de hora en el mismo sitio y quise abrir su camisa para explorar de nuevo la herida pero en lugar de encontrarla aún húmeda y abierta, estaba completamente cerrada y alrededor se encontraba marcada la forma de mis labios en el ángulo idéntico en que lo había besado. Hice presión en con la palma de mi mano y sentí un débil pulso que con cada latido se hacía más intenso. En poco tiempo sentí su piel volver a calentarse y sus brazos comenzaron a hacer fuerza para aferrarse a mí. En respuesta le devolví el abrazo y me quedé respirando sobre su cuello besándolo y se sentía muy bien.